De la Redacción
Esta madrugada dejo de existir a los 100 años en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, el expresidente Luís Echeverría Álvarez, quien gobernó al país de 1970 a 1976. Tomó el mando de manos de Gustavo Díaz Ordaz y lo dejó en las de José López Portillo. Fue un personaje polémico, que recibió críticas de la izquierda y de la derecha, especialmente de la ultraderecha empresarial.
Fue un mandatario de de claroscuros. Cargó siempre con la mancha de haber ordenado las matanzas de estudiantes en Tlaltelolco, el 2 de octubre de 1968 y de la del 10 de junio de 1971, en la zona de San Cosme, también en la capital del país. Los reprimidos lo odiaban, pero también la derecha mexicana le tenía rencor, por su coqueteo con la izquierda y, sobre todo, por la expropiación de latifundios, particularmente los del Valle del Yaki, en Sonora, así como por sus posiciones, reales o fingidas de izquierda. Esos grupos le atribuyeron responsabilidad en la muerte del patriarca del grupo Monterrey, Eugenio Garza Sada. Fue abucheado en el sepelio, a pesar de que lo invitó la familia.
Por lo de Tlaltelolco y San Cosme fue sometido a proceso penal, para ser el primer expresidente en comparecer ante la justicia, aunque en 2009 fue exonerado de esos cargos; sin embargo, eso no borró su imagen de represor; especialmente, porque fue él quien comenzó lo que se conoce como “guerra sucia”.
Su política exterior tuvo episodios positivos, como la ruptura con el gobierno México con España, durante la dictadura de Franco; con la dictadura de Augusto Pinochet, de Chile; el asilo perseguidos por regímenes de Sudamérica, el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, la adhesión de México a los países del tercer mundo (nomenclatura en desuso y de la cual ya no se habla) y también declaró las 200 millas marítimas como parte del territorio nacional. Además impulsó el desarrollo turístico de Cancún y sigue representando el ejemplo acabado del populismo.
