
*USA no agradece para siempre a quienes le sirven. *Lo prueban Bin Laden y Noriega.
De la redacción
La pasada semana Genaro García Luna, el hombre fuerte del gobierno de Felipe Calderón, última palabra en el gabinete de seguridad de ese sexenio, compareció nuevamente ante el juzgado de Este de Nueva York, jurisdicción penal federal donde se juzgó y condenó a cadena perpetúa a Joaquín “El Chapo” Guzmán.
En realidad los cargos penales contra quien fuera temible secretario de Seguridad Pública Federal se derivaron de las imputaciones contra el dirigente del “Cartel de Sinaloa”, hechas por varios ex poderosos mandos de ese grupo delictivo, encargados directos de entregar los presuntos sobornos millonarios en dólares al también ex titular de la Agencia Federal de Investigación (AFI).
Esa cita con el juez fue sólo para definir mecanismos y plazos para el desahogo de las distintas fases del caso, y para determinar si el proceso o juicio, como le denominan allá, lo llevaría el juez Brian Cogan, famoso ya por la sentencia condenatoria dictada a Guzmán Loera, muy temido por los defensores del miembro del gabinete del presidente Calderón Hinojosa.
No obstante, desde ahora puede adelantarse que García Luna enfrentará en descomunal desventaja su caso, por la conjugación de dos reales factores: la justicia estadounidense concede mucho peso a los testimonios de cargo, así sean grandes criminales, incorporados al programa de colaboradores; y el gobierno del vecino país del norte no agradece para siempre los servicios prestados a sus causas por gobernantes, funcionarios y personajes en sus países de origen.
Osama Bin Laden fue de sus colaboradores consentidos en la guerra de guerrilla que Afganistán y la CIA libraron contra las tropas de la URSS cuando invadieron a ese país. Después, cuando Afganistán salió del control de Estados Unidos y con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, lo satanizó, persiguió y asesinó en Pakistán.
Lo mismo ocurrió hace 20 años con Manuel Antonio Noriega, el hombre fuerte de Panamá, quien por muchos años fue agente de la CIA en Centroamérica, y después se distanció de los intereses geopolíticos estadounidenses en la región.
Miles de soldados de Estados Unidos, con aviones de nueva generación, invadieron y ocuparon parte de Panamá, con bombardeos a la población civil y a la Guardia Nacional, con miles de muertos, hasta que capturaron y llevaron a Noriega a Estados Unidos, acusado de narcotráfico; es decir, los mismos delitos que le imputa ahora a García Luna.
Peor suerte ocurrió con Sadam Hussein, quien por muchos años fue un aliado de Estados Unidos en Medio Oriente y recibió apoyo estadounidense en la guerra de Irak contra Irán. Al final el gobierno de Bush lo acusó de tener armas nucleares y de financiar a la organización terrorista que derribó las Torres Gemelas de Nueva York.
Ni una, ni otra cosa eran ciertas, pero fue pretexto para destruir a su viejo aliado, causar miles de muertos, destruir sitios considerados patrimonio de la humanidad, sumir a la región en la instabilidad y apoderarse del petróleo iraquí desde hace 14 años. Estos antecedentes no favorecen a García Luna, quien confió en la gratitud de un país al cual sirvió desde México, y a donde se fue a vivir, lo cual facilitó las acciones en su contra.